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notas

La política de la descalificación o por qué somos sudacas…

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carplatblanco

Como resalta De Souza Santos, los conocimientos científicos que hemos incorporado han sido, en general, importados desde el norte, teniendo como centro Europa o el mundo occidental. Esta racionalidad “monocultural” ha ignorado otros conocimientos, provenientes del Sur, calificándolos de no-científicos, de no-existentes.
Para imponer esta no-existencia de pensamientos y conocimientos propios de los pueblos del Sur, la racionalidad monocultural se ha encargado de descalificarlos, de desaparecerlos.
Boaventura De Souza Santos nos muestra 5 formas de descalificación utilizadas ampliamente por el imperio del pensamiento euro-céntrico: el ignorante, el retrasado, el inferior, el local o particular, el improductivo o estéril.

LAS 5 FORMAS DE DESCALIFICACIÓN

El ignorante: La primera lógica deriva de la “monocultura” del saber y del rigor del saber. Consiste en la transformación de la ciencia moderna y de la alta cultura, en criterios únicos de verdad y de cualidad estética, respectivamente. Todo lo que el canon (la ciencia) no legitima, asume aquí la forma de ignorancia o de incultura.

El retrasado: La segunda lógica se basa en la monocultura del tiempo lineal, la idea según la cual la historia tiene sentido y dirección únicos y conocidos. Ese sentido y esa dirección han sido formulados de diversas formas en los últimos doscientos años: progreso,revolución, modernización, desarrollo, crecimiento, globalización. Común a todas estas formulaciones es la idea de que el tiempo es lineal y al frente del tiempo están los países centrales del sistema mundial y, junto a ellos, los conocimientos, las instituciones y las formas sociales que en ellos dominan. Esta lógica declara “atrasado” todo lo que, según la norma temporal, es asimétrico con relación a lo que es declarado “avanzado”.

El inferior: Consiste en la distribución de las poblaciones por categorías que naturalizan jerarquías. La clasificación racial y la clasificación sexual son las manifestaciones más señaladas de esta lógica. Según esta lógica, la relación de dominación de una raza por otra, es la consecuencia y no la causa de esa jerarquía y puede ser, incluso, considerada como una obligación de quien es clasificado como superior (por ejemplo, «la carga del hombre blanco» en su misión civilizadora). De acuerdo con esta lógica, quien es inferior lo es porque es insuperablemente inferior, en tanto que “natural”.

El local o particular: En la modernidad occidental, la escala dominante aparece bajo dos formas principales: lo universal y lo global. El universalismo es la escala de las entidades o realidades que se refuerzan independientemente del contexto. Aquello que es global es más importante o más válido que lo local. La globalización es la escala que en los últimos veinte años adquirió una importancia sin precedentes en los más diversos campos sociales. Las entidades o realidades definidas como particulares o locales están aprisionadas en escalas que las incapacitan para ser alternativas creíbles a lo que existe de modo universal o global. Por ejemplo: ¿Nos podríamos imaginar que un proyecto político del Sur –pongamos por caso, la nueva forma constitucional de Bolivia, con el Estado Plurinacional- podría ser entendido como potencialmente aplicable a otros países, como ideología universal? Nuestra propia formación, nuestra educación básica, está plagada de racionalidades monoculturales que nos obligan a pensar que ese proyecto político boliviano, al ser de carácter “local”, no podría ser transferido o traducido por otras culturas. También podemos preguntarnos ¿Por qué el modelo Argentino de desendeudamiento no puede ser transferido a Grecia, por ejemplo?.

El improductivo o estéril: En los términos de esta lógica, el crecimiento económico es un objetivo racional incuestionable y, como tal, es incuestionable el criterio de productividad que mejor sirve a ese objetivo. Ese criterio se aplica tanto a la naturaleza como al trabajo humano. La naturaleza productiva es la naturaleza máximamente fértil dado el ciclo de producción, en tanto que, trabajo productivo es el trabajo que maximiza la generación de lucro (beneficios económicos) en un determinado ciclo de producción. Según esta lógica, la no-existencia es producida bajo la forma de lo improductivo, la cual, aplicada a la naturaleza, es esterilidad y, aplicada al trabajo, es pereza o descalificación profesional.

Autor: De Souza Santos, Boaventura

Bajo los términos de esta lógica, la modernidad occidental ha producido la no-contemporaneidad de lo contemporáneo, la idea de que la simultaneidad esconde las asimetrías de los tiempos históricos que en ella convergen. El encuentro entre el campesino africano y el funcionario del Banco Mundial en trabajo de campo ilustra esta condición, un encuentro simultaneo entre no contemporáneos. En este caso, la no-existencia asume la forma de residualización, la cual, a su vez, ha adoptado, en los últimos dos siglos, varias designaciones, la primera de las cuales fue la de lo primitivo o salvaje, siguiéndole otras como la de lo tradicional, lo premoderno, lo simple, lo obsoleto o lo subdesarrollado (Santos 2010).

El proceso de independencia de nuestro país, por ejemplo, en gran parte fue influido por el pensamiento occidental. La Revolución Francesa y el movimiento denominado “Ilustración” fueron fundamentales en los modos de interpretación de los tiempos históricos donde Mariano Moreno o José de San Martín pensaban el futuro. Ellos fueron formados en Europa y desde allí trajeron las ideas revolucionarias.
Ha pasado mucha agua bajo el puente. Las sociedades latinoamericanas actuales se han construido bajo la sombra del racionalismo occidental, dando el marco adecuado para la proliferación del capitalismo y el colonialismo interno. La discriminación y la “no-existencia” funcionan dentro de las propias sociedades, ignorando otras culturas, tradiciones y visiones del mundo en el interior del territorio latinoamericano.

Al decir de Eduardo Galeano, la idea del “renacimiento” de América Latina tiene mucho que ver con la ruptura definitiva que debemos emprender con el pensamiento racionalista eurocéntrico. Y este proceso ya ha comenzado, sobre todo a nivel político. Muchos de los gobiernos actuales latinoamericanos han asumido esta ruptura con los países centrales, reconociendo el potencial cultural y social de sus pueblos, y advirtiendo el carácter destructivo y extractivo del capitalismo “globalizante”.
A esto se suma que nuestros países se han venido desarrollando y creciendo económicamente, que han podido resguardarse en parte de la crisis financiero-económica que está desmantelando las economías de Europa y que nuestros líderes ganan terreno en el ámbito de la política internacional, asumiendo posiciones antes impensadas para el llamado “Tercer Mundo” (nos referimos por ejemplo a la participación del Brasil en la Consejo de Seguridad de ONU o la presidencia pro-témpore de la Argentina en el G77).
Por eso creemos que es esencial poner en cuestión la validez y universalidad de los conceptos que han rodeado a la “formación política”. Todos coincidimos en que deberemos partir del conocimiento de los conceptos de Estado, Gobierno o Sociedad. Pero queremos plantear una postura crítica a la visión tradicional occidental, donde la ciencia política es propiedad de Maquiavelo y la concepción del Estado se la debemos a un tal Hobbes. Nuestros países han creado sus propios Estados y han construido sus propias definiciones en procesos a veces más, a veces menos democráticos, pero propios.
No podemos tampoco desconocer cuánto se ha infiltrado el pensamiento occidental en nuestras instituciones políticas y sociales, pero sí podemos re-conocer esas ideas y reinterpretarlas bajo una visión crítica latinoamericana.

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