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“Ojos mejores para ver la Patria”

Por José Luis Muñoz Azpiri (h)

Salvo breves períodos, cuando el pueblo ejerció soberanamente su mandato, el territorio argentino ha estado desde nuestro nacimiento como Nación en manos de la contrarrevolución cultural. De aquí que la lucha por la emancipación nacional e iberoamericana sea, fundamentalmente, un combate que se libra en el terreno más difícil: el del pensamiento, el de las categorías culturales.

El maestro Osvaldo Guglielmino, quién desde sus juveniles 90 años sigue dictando cátedra nacional, destaca que “Así como los ingleses urdieron el dominio económico, es decir, el imperialismo de la libra cuadrada ante el fracaso de sus invasiones por el kilómetro cuadrado, los liberales dependentistas forjaron la trama conceptual colonizante para silenciar la realidad auténtica, la Patria Grande proclamada en 1816 a nombre de la Provincias Unidas de Sudamérica e institucionalizar la falsa y pequeña que formularon después a nombre de las provincias Unidas del Río de la Plata”.

Cuando se produce el derrumbe de la Confederación Argentina, tras las batallas de Caseros y Pavón, la incipiente vida autóctona nacional sufre un corte drástico y traumático, más rudo para su identidad o autoconciencia que el de la turbulenta Revolución de Mayo de 1810.El país se acultura moral y físicamente mediante una europeización acelerada que le impone un poblamiento anárquico y masivo y un sistema de instrucción pública que imparte, con la alfabetización, un patriotismo desarraigado y teórico. Este último no iba más allá de la devoción sentimental a los símbolos de la bandera, el himno, la escarapela y el escudo, más el culto al progresismo cosmopolita que habían enseñado a identificar lo propio con la barbarie, empujando a Santos Vega al limbo y a Martín Fierro a la toldería.

“Ningún pueblo de habla española – escribió Alejandro Korn – se despojó como el nuestro, en forma tan intensa, de su carácter ingénito, so pretexto de europeizarse”. El modo más eficaz y violento de romper con ese “carácter ingénito” fue la total carencia de gobiernos representativos, electos por consenso expreso de la ciudadanía, desde 1852 hasta 1916. “Este país, según mis convicciones – escribió Joaquín. V González – después de un estudio prolijo de nuestra historia, no ha votado nunca. Todos nuestros gobiernos han sido, pues, gobiernos de hecho”.

Por ésta y por tantas razones afines, Arturo Jauretche clasificaba a los argentinos en nacionales y coloniales. Y por esto también, el historiador Eduardo Astesano, sostenía fundadamente que en Nuestra América el concepto de Nación contiene un elemento que lo singulariza frente al eurocentrista: el de la lucha por la independencia que continúa hoy frente a las modernas estrategias sobre todo transculturales, del neocolonialismo. En más de una ocasión hemos comentado, no sin cierta amargura, que la cultura, el arte, la creatividad, están exiliados de sus espacios tradicionales. Una subcultura preferentemente audiovisual, mundializada a través de los medios técnicos se presenta como cultura nueva y moldea el pensamiento. Pero apenas logra encubrir su nihilismo radical. Se cumple la dramática sospecha de Hegel: el arte (y la Cultura) por el lado de su “suprema destinación, es ya cosa del pasado; como expresión y construcción de lo humano y de las formas de civilización, ha sido relegada a las catacumbas. El poeta ha sido por fin exiliado de la polis”. Quién logra adueñarse o intoxicar cuantitativamente, el Internet y los mecanismos globales de comunicación, logrará incomunicar casi definitivamente a la verdadera cultura. Quién se apropie del medio se apropiará de la verdad (que será virtual, sin otro contenido que su nihilismo). La verdad será como pasa con la moda o la comida chatarra: la impone mundialmente quién tiene el aparato financiero y publicitario para imponerla. Por lo cual lo nacional, que es lo natural, que es lo verdaderamente histórico, que es la realidad cierta, no es un extremo de una antinomia, sino el centro, la única verdad básica de nuestra vida y nuestro destino.

Por todas estas razones es sumamente oportuno recordar el imperativo que, para una básica higiene mental, estableciera Raúl Scalabrini Ortiz: “Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos”. Que es a lo que se refería el gaucho Jauretche cuando enseñaba que la cosa “cuesta al principio, porque hay que apearse de todas las petulancias intelectuales que son tan caras al “culto” que generalmente es solo un culterano porque practica una suerte de cursilería del saber. Cuesta también porque está el riesgo de pasar como promotor del analfabetismo a medida que se constata que el analfabeto razona más naturalmente que el erudito, porque aquel ve las cosas directamente, con su propia vista, que luego es deficiente pero más útil que el no mirarlas directamente  sino buscar su imagen en el espejo que le ha proporcionado una erudición antinatural. Más claro es decir que el hombre sencillo tucumano está mejor enterado de lo que en Tucumán pasa, que el que solo se informa cuando vienen reflejado desde alguna metrópoli ya interpretado, clasificado y adoctrinado según el modo de ver de aquella”.

Es decir, los “ojos mejores para ver la Patria” que anhelaba el poeta Lugones, porque cada hombre y cada pueblo logran el desarrollo y el afianzamiento de una cultura propia mediante la armonización de su pensamiento con su entorno natural, sus particularidades y sus condiciones subyacentes, que no son otros que aquellos de donde partió Juan D. Perón para erigir su edificio político: “Hemos dado una doctrina que no hemos extraído de nosotros sino del pueblo. La doctrina peronista tienen esta virtud, que no es obra de nuestra inteligencia ni de nuestros sentimientos; es más bien una extracción popular, es decir, que hemos realizado todo lo que el pueblo quería que se realizase y que hacía tiempo que no se ejecutaba. Nosotros no hemos sido más que los intérpretes de eso: lo hemos tomado y lo hemos ejecutado. Ahora, como los auditores de Alejandro, tienen que venir los que expliquen por qué hemos hecho esto; lo hemos hecho porque el pueblo lo quería, porque hay una razón superior en el deseo popular”.

Este, y no otro, es el fundamento del pensamiento nacional.

José Luis Muñoz Azpiri (h) es Académico de Número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”.