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TANTO FUEGO

Las velas, ardiendo en las manos, iluminan la noche que encapota el cielo de la Patria. Como si el calendario se empecinará en hacernos recordar, como si no nos bastara con la memoria que nos palpita ante el sonido imborrable. Las tres letras mundiales de tu nombre, Eva. También los vientos, traen coplas y aires de revolución.

El 26 de julio es una de esas fechas donde los eventos parecen alinearse. El encuentro en Guayaquil de José de San Martín y Simón Bolívar y el ataque al Cuartel Moncada por parte del grupo liderado por Fidel Castro en lo que sería el primer paso hacia la revolución cubana también coinciden en el capricho del almanaque. Como si fuera poco, un hombre del campo popular como Roberto Arlt, que desde las letras marcó el rumbo del porteñismo mejor entendido, partió también en 1942 lejos de sus asfaltos y empedrados para tejer su anecdotario entre gárgolas y nubes.
Pero sin lugar a duda, resuena hasta hoy en nuestros oídos la campana de las 20.25, horario en que la jefa espiritual de la Patria pasó a la inmortalidad. ¿Por qué cuestión la figura de Evita nos atrapa pese a los años? ¿En qué rincón de nuestra memoria emotiva alojamos las acciones de nuestra abandera de los humildes hasta hacerla eterna en la historia? Las respuestas definitivamente no son pocas ni seguras. Pero pongamos el alma en la tinta para ver si entendemos la razón de nuestra vida.
Eva Duarte de Perón, más bien Evita, integra el podio de los íconos internacionales de la justicia, la igualdad y la revolución. Es la síntesis de la identidad argentina. Es nuestra, política y culturalmente nuestra. Con rodete o cabello al viento, su figura solo puede ser comparada con la foto del Che, Ernesto Guevara, retratado por Alberto Korda; o con Lenin o Mao. El peronismo es más que nunca, el hecho maldito del país burgués. Y en esa premisa, Eva es la que lleva la bandera bien alto.

“Nunca la pureza tuvo más identidad
que en su bello nombre
Su ternura sigue creciendo
y contiene la misma rebeldía”,
dice Alfredo Carlino en La Muchacha del 17.

¿Por qué? Simple razón que la razón del cipayismo entreguista nunca entenderá. Perón y Evita, que se dicen juntos y unidos son invencibles, son el emergente político de la necesidad de un pueblo organizado. Él mismo que clamó por su líder desde la garganta hasta las patas para dejarlo allí, empotrado en la figura celestial de los que aman y luchan por la Patria. El mismo pueblo que hizo (si, hizo) que Evita fuera abanderada. Porque solo se es por la conjunción exacta de lo que es con lo que los demás hacen de uno. Eso fue Eva y su pueblo. Una amalgama justa y libertaria que sigue ardiendo a pesar de los años.
Su militancia por los derechos de las mujeres, su estrecho lazo con los trabajadores, la ayuda social para combatir la pobreza, su acción solidaria de transformación social en toda la Patria. Su legado es inalcanzable en palabras, inabordable desde las categorías del esqueleto oxidado de las estructuras tradicionales. Fue amor y nada más.
Y en pleno invierno, se nos hizo eterna. 33, como Cristo. La redención de todos en el cuerpo de uno. A partir de su figura, la justicia y la igualdad dejaron de decirse para hacerse, con la política bien firme como ladrillo, cemento y motor. Construyó desde, con y por la consideración de la política como método de expresión social, de transformación, de épica revolucionaria. Su figura nos encandila, sus palabras nos emocionan, sus gestos nos ejemplifican. Quienes abrazamos la causa del pueblo, de la Patria Grande, de la solidaridad confluida entre hermanos, encontramos en Eva Duarte de Perón el espíritu de una gesta en la que se nos va, como mínimo, la vida.
Recordarla se nos vuelve obligación. La llama de su victoria seguirá encendida pese a las traiciones de los mezquinos. Su espíritu arderá en los corazones de los humildes, invicta y eternamente nuestra. Será imposible apagar tanto fuego.
Por Santiago Carreras